Cuando llega el verano las casas de la isla lucen su blanco más afilado. En primavera es fácil ver a la vecina, o a unos pintores, escobilla o brocha en mano, recubriendo las paredes con ese líquido que siempre me ha parecido milagroso. Como leche de vaca, me decía mi padre. Así de aguada tiene que extenderse la cal que después, he ahí el milagro, endurece en una capa opaca y mineral. La suma de manos, año tras año, da ese blanco brillante que se filtra en la piedra y la protege. Porque la piedra islada es caliza, porosa y frágil. Agradece el abrazo de la cal que reconoce como algo propio y que le permite perdurar sin asfixiarla. La piedra sigue respirando, absorbe humedad y la desprende y sí, es cierto, la cal envejece, envejece bien, confundida con el paisaje. Algunas casas, además, se la ponen de sombrero y las capas van consolidando un tejado, rejuntando tejas, y dando a la mirada las casitas blancas que tanto no apaciguan.
Dicho esto, ahora que estamos encalando las casas isladas (hemos esperado a que las lluvias tardías de este año cesaran, porque llevaban barro en las gotas y ha obligado a muchos a enjalbegar de nuevo) o contamos cómo hacerlo.
Si un día os da por encalar (en blanco o con el tinte que os guste), debéis saber algunas cosas.
- Una ya la dije: la textura debe ser muy líquida, parecida a la leche (entera, como recién ordeñada).
- Si la teñís de añil: mezcladle sal, para que el color aguante un poco más.
- Antes de empezar a pintar, humedeced sin miedo el muro, la cal se agarra mejor.
- Si lo habéis visto hacer en el levante menorquín, sabréis que los brochazos se dan en horizontal.
- Si lo habéis aprendido en el poniente menorquín, sabréis que los brochazos se dan en vertical.
Nosotros, que estamos en levante, lo hacemos a la horizontal y diría que es menos fatigoso.
Os esperamos en una casa blanca, islada.
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